domingo, 22 de enero de 2012

El general Henry Mackinnon y el pueblo de Espeja


Henry Mackinnon (1773- 19 de enero de 1812) Lt.Col./Col., Coldstream Guards; Major-General: Capt. and Lt. Col. 18 Oct. 1799; Col., Army, 25 Oct. 1809; Maj.-Gen. 1 Jan. 1812.


El general Mackinnon nació en 1773 cerca de Winchester, en Inglaterra. Su educación militar la inicio en Francia, donde Napoleón Bonaparte, también estudiante militar por aquel entonces, visitaba frecuentemente su casa y mantuvo desde aquellos momentos una estrecha amistad con la familia Mackinnon.

Mackinnon se enroló en el ejército a los 15 años, sirviendo durante tres como subalterno en el 43º Regimiento, y pasando después a los Guardias de Coldstream. Participó en la represión de la rebelión irlandesa, como voluntario en Egipto y en el bombardeo de Copenhague en 1807. En 1809 se alistó en el ejército portugués, con el que intervino en la célebre travesía del Duero dirigida por Wellington. Tomo parte destacada, con el ejército anglo-portugués, en la batalla de Talavera, dónde le mataron dos caballos y desarrolló una meritoria labor al hacerse cargo del hospital militar. En la batalla de Buçaco, en la retirada de los británicos hacia Portugal, demostró tanto arrojo y valor que Wellington le felicitó personalmente nada más concluida la lucha. De la misma forma se comportó en la batalla de Fuentes de Oñoro al frente de su brigada. En el cerco de Badajoz tuvo una recaída de unas fiebres contraídas en Egipto, y marchó a Inglaterra durante unas semanas para reponerse. En 1804 había contraído matrimonio con una hija de Sir John Call Su esposa plantaba en el jardín un laurel por cada acción de guerra en la que participaba su marido, y en esta última estancia de Mackinnon en Inglaterra, su mujer lo llevó a pasear por entre los laureles, y quizá por el impulso de una premonición, de un presentimiento, le dijó él con cierta tristeza que algún día tendría que plantar un ciprés al final de los laureles. En el asalto a Ciudad Rodrigo, le fue confiado el ataque principal. Dirigir la 3ª columna de ataque, de la 3ª división del Tte. General Picton, y embestir la "Brecha Grande" con los regimientos 45º, 74º y 88º.

Desgraciadamente, el General Mackinnon murió en este asalto a la "Brecha Grande" de Ciudad Rodrigo, al explosionar los franceses una mina cuando iniciaban su retirada hacia el interior de la ciudad. El General Mackinnon fue hallado muerto en la mañana del día siguiente al asalto, tumbado boca arriba. Era un hombre alto y delgado. Le habían quitado la casaca y hasta las botas. Estaba solo con la camisa y los calzones. Fue enterrado en una zanja abierta junto a la brecha, entre un montón de cadáveres. Poco después de haber sido enterrado, llegó desde Espeja un destacamento de los Guardias de Coldstream al mando del oficial Stepney Cowell para recuperar, si era posible, el cuerpo del General Mackinnon. Después de desescombrar y retirar la tierra del lugar donde había sido enterrado, y de remover varios cadáveres, se encontró debajo de ellos el cuerpo de Mackinnon que, un sargento del pelotón, se encargó de transportar a Espeja. Antes de proceder a su entierro el oficial Stepney Cowell le cortó al cadaver un mechón de sus cabellos y se lo entregó al Teniente Coronel Richard Jackson, amigo y compañero de armas del General, para que se lo entregara a su viuda como el más apropiado recuerdo. El día 23 de enero de 1812 fue enterrado con los honores militares correspondientes a su rango en la plaza de Espeja, en un lugar cercano a su iglesia de San Lino. El féretro que contenía sus restos mortales fue llevado a hombros hasta el sepulcro por oficiales compañeros de la Guardia de los Coldstream, de la 1ª división Picton, al mando del General Brent Spencer, que estaba acantonada en esta villa.

Tenía Mackinnon al morir 39 años, y se dijo entonces que Inglaterra había perdido una de las más brillantes promesas de su ejército. Cuando Napoleón fue informado de su muerte, demostró mayor sentimiento que por la pérdida de un simple amigo.

La muerte de Mackinnon (Ciudad Rodrigo, 19 de enero de 1812)

Las órdenes consistían en atacar la brecha principal, situada en el centro de las murallas de Ciudad Rodrigo. A las siete de la tarde, con los primeros rayos de luna, la columna que Mackinnon comandaba (formada por los regimientos 45º, 74º y 88º) marchó a toda prisa hacia la segunda paralela para prepararse para el asalto, que se llevó a cabo bajo el terrible fuego del enemigo. El espectáculo de horror y sublimidad que se produjo, fue un ejemplo para el resto de las unidades del ejército que no se vieron involucradas en el asalto. La brecha que se atacó resultó ser lo suficientemente grande como para que pasara por ella una columna de, por lo menos, cien hombres. Pero el enemigo había intentado obstruir el paso por la brecha construyendo un parapeto a la izquierda y dejando cortado el adarve a la derecha, aunque no dispusieron de tiempo suficiente para completar esta última medida defensiva. Cuando la cabeza de la columna llegó al foso, se produjo pequeño retraso por la falta de escaleras de asalto, aunque no se tardó mucho en disponer de ellas. Mientras tanto, la columna atacante por la izquierda, tuvo tiempo de acometer al enemigo sobre el adarve y la columna de la derecha de incorporarse al asalto de la brecha. Al llegar a lo alto del derrumbe, se produjo la explosión de una gran mina y, un poco más tarde, explotó otra más pequeña. Afortunadamente, las explosiones no causaron grandes daños entre nuestras tropas. El general Mackinnon, habiendo asegurado de forma brillante la posesión de la brecha y no encontrando mayor oposición por parte del enemigo en ese sector, ordenó al regimiento 88º que avanzara hacia la derecha por el adarve mientras él hacía lo propio hacia la izquierda, al mando del 74º. Cuando se encontraba trepando por un parapeto, que se había levantado para obstaculizar el acceso al adarve, un polvorín del enemigo, situado muy cerca de la brecha, voló por los aires. La voz del general fue oída por uno de sus edecanes un momento antes de la explosión. El abanderado Beresford se dirigió hasta este edecán y cayó medio muerto en sus brazos, haciéndole saber entre jadeos que el general había perecido en la explosión. Se supone que el general Mackinnon se encontraba cerca del abanderado Beresford momentos antes de la deflagración, y que cuando la brigada se dividió en dos para avanzar una parte por la derecha y otra por la izquierda, se oyó al general decirle al abanderado Beresford: “Ven, Beresford, eres un buen soldado, avanzaremos juntos”. Se cree que Mackinnon se mantuvo vivo toda esa noche. Su cadáver no se encontró hasta la mañana siguiente, cubierto de horripilantes heridas y con la nuca completamente abrasada. El general Picton ordenó a unos pioneros que lo enterraran en la brecha, pero posteriormente su cuerpo fue trasladado por los oficiales de los Coldstream Guards hasta la localidad de Espeja, donde fue enterrado con honores militares por sus compañeros de esta unidad tan respetada.

1 comentario:

  1. Como la guerra misma un drama los últimos momentos de su vida.
    Bonita narración.
    Un cordial saludo de Felipe

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